INTRODUCCIÓN
En diferentes épocas se han realizado
esculturas abstractas, creaciones donde la forma es medio
expresivo, en armoniosa composición, y teniendo la luz,
como determinante del volumen. La forma, como el lenguaje
u otro medio expresivo, no necesita de elementos de la
naturaleza en si, sólo un punto de partida para la
creación. En la libre sinfonía creadora del artista, la
forma es su medio íntimo de expresión. Son miles las
esculturas abstractas producidas por el hombre, en los
últimos cien años en el mundo. Lo paradójico es que se
trata de una forma de expresarse milenaria. En el periodo
paleolítico, el hombre creó el dolmen megalítico,
construido con dos columnas o Sopórtes irregulares, en
estado natural, y una gran laja de piedra colocada encima.
Al parecer se trataba de un monumento funerario, magnífica
expresión de la escultura megalítica abstracta, creada
hace cientos de años. Otra expresión de esta manera de ver
el arte en el pasado fue el calendario Azteca, monolítica
abstracción sublimada, con trazos precisos de una depurada
astronomía cósmica.
Ya en la modernidad, la famosa torre
Eiffel de París, podría catalogarse como arquitectura
escultura abstracta, construida en hierro, que se erige
hoy, bella y majestuosa, llenando de alegría y luz al
mundo. El Golden Gate, el puente colgante más grande del
mundo, en la bahía de San Francisco, Estados Unidos puede
considerarse como una abstracción gigantesca sostenida por
la alta ingeniería.
Otro tipo de abstracción es la creada en
oro por los aborígenes en el corazón mismo de Colombia,
por quienes entonces poblaban este territorio. Gran parte
de esa producción fue saqueada, por el tiránico y
delirante deseo de quienes llegaron, obsesionados con
llevar a Europa sólo barras de oro y plata, y arcas llenas
de piedras preciosas. Hoy todos los pueblos cultos del
mundo lamentan esa salvaje destrucción y la negación que
ella reflejó del valor de las nuevas culturas encontradas
en la búsqueda del camino a las Indias.
Sabemos que el museo del Oro del Banco de
la República sólo conserva una ínfima parte de la riqueza
creada por nuestros antepasados indígenas, en tanto que,
muchas de las obras de estos orfebres reposan en museos y
colecciones privadas de todo el mundo. Tanto la muestra
que ofrece el Banco en Bogotá, como las exposiciones que
se han hecho en otras parte del planeta, maravillan por su
creatividad, original diseño y por la insuperable calidad
de su fundición, dejando en claro la virtuosidad de sus
creadores y el valor de su cultura.
Es claro que el tamaño de una obra poco
tiene que ver con su significado. El gran escultor
italiano Benvenuto Cellini cuenta en su biografía que, al
fundir en bronce en el año 1549 su mayor obra: "EL
Perseo", cuya copia hoy decora un lateral de la Plaza de
La "Signoria" en Florencia, al darse cuenta de que el
estaño para la aleación no alcanzaba, decidió fundir
doscientos platos y vasos de estaño para salvar su obra.
Pero no es esto lo que lo hace grande. A la par de esta
majestuosa obra, este gran orfebre hizo pequeñas
esculturas en bronce, oro y plata. El pequeño tamaño de
esta parte de su obra en nada disminuyó su gran valor
creativo, llegando a ser considerado uno de los grandes
del Renacimiento Italiano.
La fundición en bronce se ha utilizado
desde que el ser humano aprendió el manejo de este metal.
Los Griegos la utilizaron para cientos de obras, como la
representación de Zeus, máxima deidad Griega, que hoy luce
juvenil en el Museo Nacional de Atenas.
La escultura ecuestre en Italia, no sólo
por la calidad de la escultura, sino por la altísima
tecnología de fundición utilizada en su realización, ocupa
sin duda el primer lugar en el mundo artístico.
Volviendo a nuestras raíces, la
producción escultórica de San Agustín, en el Departamento
del Huila, Colombia, o la que vemos en México, Solivia o
Perú, son esculturas monolíticas muy semejantes, que
reflejan afinidades en la manera de ver el mundo por parte
de estas culturas y al observar estas esculturas en
piedra, encontramos que las formas y cavidades resultan
poco profundas, muy suaves, con muy escasos cortes
rectangulares, dando la impresión de que en su talla se
utilizó un émbolo cilíndrico y cónico de sílice o cuarzo.
Un análisis antropométrico de las citadas esculturas,
prueba muy claramente que se trata de obras únicas, sin
parangón alguno.
Largo ha sido el camino de la humanidad
desde su aparición en este mundo. Por doquier encontramos
vestigios de lo que ha sido la evolución de la vida y del
hombre en este rincón del universo. En Villa de Leyva,
Boyacá, tenemos un pez de más o menos seis metros de
largo, tres de ancho y noventa centímetros de alto, cuya
petrificación se verificó por lo menos durante un millón
de años, reflejando que entonces ese territorio era parte
del reino de Neptuno. El proceso evolutivo fue lento y
profundo, la fauna y la flora fueron tejiendo una red que
condujo a la diversidad que hoy nos maravilla.
Todo esto generó más de una leyenda, incluida la bíblica,
con Adán y Eva, como personajes principales, y la de los
Chibchas, que tienen en Bachué a la madre del género
humano. Conocer sus orígenes siempre ha motivado la
inquietud y la reflexión de los hombres. Una a una se
sucedieron las teorías. La de Darwin sobre la evolución de
las especies, teniendo al orangután como nuestro antecesor
parece no sostenerse. Tanto esta especie como el ser
humano han sido y siguen siendo líneas paralelas, no
convergentes ni divergentes, a través de toda la evolución
del hombre.
Las diferentes razas tienen sus
características, la raza negra tiene su pigmentación, su
ángulo facial más cerrado, que la del hombre rubio. Los
aborígenes de América son diferentes a las dos anteriores.
Tiene un ángulo facial más abierto que e hombre africano y
más cerrado que el del rubio europeo. El hombre
evolucionó, como todos los seres de la naturaleza
simultáneamente, durante 2600 millones de años. Concluir
si el hombre apareció en Asia o en Europa de manera
definitiva, sigue siendo una incógnita, si apareció en
África, ¿por qué no pudo hacerlo en América?
Tal vez lo que más nos debe interesar es
reconocer que ya en el año mil de nuestra era, en América
florecían culturas majestuosas, como la Azteca, con sus
gigantescas pirámides, y la Inca, con sus ciclópicas
construcciones dedicadas al Templo del Sol en Perú, muchas
de ellas monumentos astronómicos, que reflejaban
sustanciales avances tecnológicos.
PRESENTACIÓN
Al evaluar mi gestión profesional he
quedado perplejo al apreciar que el tiempo transcurrido
desde que obtuve, en la Escuela de Bellas Artes de la
ciudad de Bogotá, hoy Universidad Nacional, el título de
Maestro, han transcurrido sesenta años. Toda una vida de
absoluta dedicación a las artes, en particular a la
escultura, teniendo como complemento el dibujo y la
pintura, que siempre han sido el Sopórte básico, sin el
cual se hace difícil a veces poder plasmar la figura
tridimensional en que se expresa la primera. El ejercicio
que actualmente me ocupa ha permitido revisar ampliamente
el contexto de mi obra, desde los diferentes ángulos de su
creación. He podido revisar, recrear los detalles más
íntimos de los anteproyectos, dibujos, bocetos,
fotografías y, en fin, en toda la metodología aprendida
que ha hecho de mi el ser dedicado al arte que hoy soy.
Para un escultor, no es fácil mantener un
archivo físico de su obra. El tamaño de las obras hace,
con frecuencia, imposible lograrlo. Nuestros productos,
enormes en peso y volumen, realizados en piedra, mármol,
granito, arcilla o madera, se convierten, como realización
de nuestro trabajo, en grandes monumentos, como los que se
encuentran en las inmensas urbes; alegorías, estatuas y
murales que las decoran, generando espacios que la
humanidad guarda en su retina.
El esfuerzo intelectual y físico que
exigieron las obras que he realizado desde 1944 hasta la
fecha tienen el mejor reconocimiento cuando veo que muchas
de mis creaciones han entrado a formar parte del
patrimonio urbanístico y cultural del país. /.../.
EL ESCULTOR HABLA DE SU VIDA Y DE
SU OBRA
En el curso de la vida de un artista, los
personajes que danzan en su escena son sus propias obras,
su propia creación, su satisfacción por la realización de
¡deas que han flotado en su mente creadora. Por eso
considero que hace falta, en esta obra que dedico al
pueblo de Colombia, una breve explicación, íntima y
didáctica, sobre algunos hechos de mi vida y de mis obras.
En una casona construida con adobes,
cubierta con un techo pajizo, con un solar muy grande,
situada en la calle 8 No 11-19 de Zipaquirá, nace un niño,
proyecto de escultor. Su padre es constructor de
viviendas, genial agricultor, correcto caballero, buen
señor.
En esta casona pajiza, de muros lisos y
blancos, aún niño jugueteaba con tizones del fogón de la
cocina. Un buen día, desde muy temprano, aprovechando que
mi padre no estaba, ni tampoco su abuelita, tomé algunos
de esos tizones y comencé a hacer dibujos sobre el
impecable muro blanco. Con la complicidad de la empleada
hago rasguños y más rasguños, desde el comienzo del gran
muro del comedor que era sala y cocina. Al finalizar,
había rasguñado con el carboncillo la totalidad de la
pared. A las cinco de la tarde llegó la abuelita, miró la
"carbonada" que el "pastorcillo" consentido había hecho y
exclamó: "Esto, aunque no lo entiendo muy bien, me parece
muy lindo, pero la fuetera que te va a dar tu papá también
va a ser muy buena". A las siete de la noche, finalmente
llegó el papá. Al no haber luz eléctrica, hizo una tea o
mechero con tres velas e inició la exploración del muro.
Tomando mi cabeza, recorrió el espacio del comedor, la
sala y la cocina. Al avanzar preguntó: "¿Qué es esto?".
Respondí: "La montaña a donde el sol va a dormir".
Continúo el recorrido y preguntó: "¿Qué es esto?". "Una
vaca". ¡Ahí, exclama el padre, pero le faltan cachos. Tomé
de nuevo el tizón y dibujé los cachos. Tras un par de
pasos, el padre nuevamente indagó: "¿Qué es esto?". "Un
sapito que llora en el pozo".
Se detuvo don José Sopó, cogió
afectuosamente mi frágil cabecita de niño y dijo "mira
mijo, espero hacerte una casa más grande para que allí
sigas dibujando". Por ese entonces el proyecto de escultor
tenía cuatro años. Aquí se liquidó el hogar. Por un tiempo
fui a la finca de la abuela, en un campo abierto y
bellísimo, en donde encontré como amigos a los animales.
Los admiraba a todos. Desde las ranitas del pozo, hasta
las laboriosas hormigas, que de manera incansable llevan
hojitas, como provisiones para su organizada comunidad.
Algunos los hice propios, como los blancos conejillos Tulú
y Lutín, pero el día más feliz de aquellos tiempos, lo
constituye la llegada de Canelo un potranco apenas
destetado, que acababa también de perder a su mamá. Por su
color lo llamé Canelo. Fue mi gran amigo, crecimos juntos,
hasta que un día se lo llevaron como reproductor para una
hacienda vecina.
Un día la abuelita dice "Pastorcillo
alístate que vamos de pesca al valle de los Sauces
Llorones". Ciertamente en ese confín de la finca había un
riachuelo que alimentaba unos sauces centenarios y en sus
raíces vivían familias de cangrejos, que se deslizaban por
las enormes cabelleras formadas por las raíces de los
Sauces Llorones.
Mientras la abuelita pescaba, me dediqué
a sacar arcilla del riachuelo y con ese material modelaba
figuritas. Al ver el producto de las manos del nieto, la
abuela dijo: "ese es un cerdito regordete y barrigón, muy
lindo". Esas palabras de aliento comenzaron a forjar en mí
el espíritu del escultor. Con la arcilla descubierta
comienzo a modelar pequeñas figuras que van a decorar una
gran mesa de campo y allí los amigos de mi padre comienzan
a elogiar mi tendencia a realizar esculturitas. Esa fue,
en esencia, mi primera exposición.
Comencé a estudiar la primaria en la Escuela Pública
"República del Uruguay", donde los profesores descubren
mis cualidades para hacer monitos. Hice un busto
grandísimo del Libertador Simón Bolívar. El periódico El
Tiempo publicó en primera página la foto del busto con la
leyenda: "Homenaje de los niños de Colombia al
Libertador".
Pasé a estudiar preparatoria en un
Colegio privado dirigido por el famoso pedagogo Don
Narciso González H. Allí estudiaban los niños y jóvenes de
la culta ciudad, los llamados "Niños Bien". Me llamó la
atención que todos los niños y jóvenes vestían muy
elegantes, con una pulcritud inmaculada, de color azul
marino, cuellos blancos a la marinera, zapatos charol
negro, medias blancas, pantalón corto, a la rodilla.
Los niños del plantel me veían como bicho
raro, vestido de pantalón largo, botines de amarrar,
camisa blanca con corbata. Un día de copiosas lluvias
llegué como nuevo alumno a caballo, con zamarros de cuero,
a la usanza de los caballeros jinetes, ruana llamada
bayetón de fina lana, color rojo por un lado y azul por el
otro. Venía acompañado de un mozo jinete, famoso domador
de caballos montado en una fina muía de paso. Por ser la
hora de entrar al colegio, los alumnos estupefactos se
percataron de que el nuevo compañero venía del campo, que
tenía que andar por caminos fangosos pedregosos y
polvorientos. Me pareció que los demás alumnos del plantel
no sabían que pensar, ni que sentir: lástima por ser un
campesino o envidia por disponer de briosos caballos.
Tras una riña con mis compañeros,
producto de la incomprensión, mi padre me llevó a una
preparatoria que me permite ingresar al colegio San Luis
Gonzaga de Zipaquirá, bajo la dirección de especializados
profesores venidos de España. Allí concluí mi bachillerato
y pasé a la Escuela de Bellas Artes, hoy, Facultad de
Artes de la Universidad Nacional, bajo la rectoría del
maestro Miguel Díaz Vargas, destacado pintor Colombiano.
Estando en el año de estudios en la
escuela de Bellas Artes, cuya sede fue el edificio de
Santa Clara, ubicado en la carrera 8a con calle 9a. a la
exposición que realizaban los estudiantes cada fin de año
llegó el Ministro de Educación Nacional de entonces, Juan
Lozano y Lozano, quien le solicitó al rector de la
Escuela, Ignacio Gómez Jaramillo, que le mandara al autor
de un estudio de escultura que lo había impresionado
muchísimo. Ese estudiante era yo.
Preso de la más grande emoción, al día
siguiente llegué al Ministerio. El doctor Lozano me dijo:
"Quiero que te vayas a estudiar a Inglaterra. No te puedes
quedar aquí. El Ministerio ha decidido ofrecerte una beca
para que curses estudio de escultura". Corrí a Zipaquirá a
contarle a mi padre la gran noticia. Él me miró y con un
ceño algo fruncido me dijo: "En este momento no te puedes
ir a Inglaterra, porque Alemania está bombardeando
Londres. Ponte a estudiar francés, que yo procuraré
mandarte a Francia en un momento más oportuno". Regresé al
Ministerio. Le di las gracias al señor Ministro, en mi
nombre y el de mi padre, y le informe de la decisión que
habíamos tomado. El Ministro reconociendo la situación,
dijo: "Es la voluntad de tu padre".
No obstante el desenlace de la anterior
historia, se trató de un estímulo muy grande en la aún
incipiente carrera del escultor, en que me quería
convertir. Fue tal la emoción, que comencé a tallar un
relieve en piedra, de dos metros veinte por un metro diez
centímetros. En él representaba a
los primitivos mineros de la sal. Hoy,
esa obra decora la gran portada que conduce al jardín de
las Salinas de Zipaquirá. Concluida esa obra, comencé a
tallar dos grandes cabezas de un
hombre y una mujer, tallas directas en
piedra que guardo, con calidez, en la memoria.
Poco después, tallé otra escultura, "Serenidad",
que recibió medalla de plata en el Tercer Salón de
Artistas Colombianos. Entusiasmado por mis logros, en la
talla en piedra, realicé
una escultura de un tamaño mayor que el natural,
con la cual obtuve el primer premio de escultura en el
Quinto Salón de Artistas Colombianos.
Por ese entonces, me presenté a un
concurso que la gobernación de Cundinamarca organizó para
dar una beca de especialización en el exterior a un pintor
o escultor del departamento. Gané el concurso y me fui a
los Estados Unidos para adelantar una especialización.
ESTADOS UNIDOS
En el país del norte, me aconsejaron ir a
la academia de Cranbrook. En ella se reunían, entre otros
artistas, ceramistas, escultores y arquitectos que
cursaban especializaciones, una vez concluidos sus
estudios académicos básicos. En ese sitio, no sólo tuve la
oportunidad de conocer y trabajar con el gran escultor
Cari Milles y con un grupo muy selecto de profesores, sino
que, cada diez días, escuchábamos a un gran artista, que
nos compartía su experiencia y sus vivencias.
Bajo el estímulo de Milles, gran amigo y
señor, trabajé en una talla en mármol, "Cabeza
de Mujer". Decidí presentarla al concurso
de los escultores de Michigan, que organizó el Museo de
Detroit, y gané el Primer Premio, en la modalidad de
Escultura. Terminada la etapa académica, me invitaron a la
Universidad de Syracuse. Allí, junto con otro escultor
llegado de Europa, organizamos el departamento de
escultura de esa Universidad.
Estando allí, participé en la exposición
de escultura cerámica y gané el Primer Premio, con la
obra, "El Viento".
Al terminar mi ciclo en la universidad de Syracuse, me
traslado a Nueva York. Allí me presenté al concurso
internacional de la John Simon Gugenheim Foundation, que
gané, permitiéndome gestar toda una serie de obras que
fueron exhibidas en una exposición personal, en el corazón
de Nueva York. De estas obras se destaca "El
Minero Primitivo", tallado en caoba del
África con una altura de 2:25 mts. Fue la primera vez que
rompí los cánones tradicionales y me decidí a producir una
figura de protuberantes volúmenes, con expresión de fuerza
y poder. Aún recuerdo las sensaciones que me invadieron,
cuando una enorme grúa transportó la escultura, bajo las
sombras de los rasgacielos de la capital del mundo, a la
sede de la exposición organizada por Germán Arciniegas,
quien presentó mi obra.
Otro de los diseños creados bajo el
estímulo recibido de la John Simon Guggenheim Memorial
Foundation, fue un proyecto para honrar la figura de
Bochica. Personaje legendario de nuestros antepasados, de
quien se dice que, con la ayuda de una varita, rompió las
rocas que sostenían el agua del gran lago que en ese
entonces cubrían lo que es hoy la Sabana de Bogotá,
formando, al hacerlo, el portentoso Salto del Tequendama.
Con esa imagen en la mente, creé una figura-proyecto que
representaba un gran monumento
al Bochica de nuestra leyenda.
DE REGRESO A COLOMBIA
A mi regreso a Colombia, la primera
oportunidad de trabajo me la ofreció el Presidente
Laureano Gómez, quien me mandó realizar una escultura del
expresidente Mariano
Ospina Pérez. Esa obra en bronce se
encuentra en Belencito, Boyacá. El desarrollo de esta obra
me dejó gratos recuerdos de la humanidad y sencillez del
doctor Ospina. Un día en que me preparaba a trabajar en el
modelo, él me preguntó: "¿Y tú quién eres?". Al día
siguiente le llevé fotografías de esculturas realizadas en
Estados Unidos y mi Curriculum Vitae. Al ver lo que le
presenté me dijo: "¿Por qué regresaste?". Con entusiasmo
le contesté: porque creo en Colombia y aquí tengo muchos
amigos. El doctor Ospina, con una mirada lejana y una
profunda voz me dijo: 'Acabo de salir de la presidencia de
la República y no tengo un solo amigo. Piensa, si en
verdad tienes tantos amigos como crees tener". Al día
siguiente llegué a trabajar en su escultura y le dije:
Tiene razón, señor presidente, no creo que tenga tantos
amigos. Me escuchó con prudencia y dijo: "En cualquier
caso hay que tener, al menos, tres amigos". ¿Por qué
tres?, le pregunté. Con naturalidad y sencillez me dijo
que sus antepasados fueron campesinos y que ellos sabían
que en un fogón, para Sopórtar la olla del sancocho se
necesitan tres piedras.
El Ministerio de Obras Publicas me
encomendó parte de la decoración de la Capilla
de la Universidad Nacional, en la ciudad
universitaria. Para esa obra diseñé y realicé un gran
Cristo en bronce, que tiene cuatro
metros de altura. Recuerdo que un día, Monseñor Concha,
quien presidía una ceremonia religiosa, con entusiasmo se
refirió al Cristo, diciendo que se trataba de una gran
obra, que se destacaría en cualquier parte del mundo. A
Monseñor Concha me lo presentó el Párroco de la Capilla,
el Padre Efraín Rozo, quien fuera un gran ciclista y el
verdadero creador de las ciclovías.
La fachada de la iglesia está decorada
con un mural en cerámica de quince metros de largo por
siete cincuenta de alto. Se trata de las figuras de los evangelistas
que dotan el espacio de un tono de
humanidad y grandeza, propias de las figuras escogidas
como personajes bíblicos.
Pasé a tallar en piedra una obra
monumental, de seis toneladas de peso, dos metros
veinticinco de alta, un metro diez de fondo. Se trataba de
un bloque que encontré en las canteras de la ciudad de
Sopó. Sopó en lengua Chibcha quiere decir piedra dura, lo
que pude comprobar, cuando comencé a tallar la figura del
descendimiento de Jesús
que hoy decora la gran catedral de sal de Zipaquirá. Esta
obra es considerada por los críticos como una de las más
importantes de mi producción como escultor. Su composición
obedece a una figura que desciende y a dos figuras humanas
que la sostienen, formando una unidad escultórica. La
semblanza que algún critico le dio a esta atrevida
composición, comparándola con la obra de Miguel Ángel,
solo tiene en común con la obra del italiano el que él
talló la suya de forma directa en un gran bloque de
mármol, y yo tallé la mía, también en forma directa, en un
gran bloque de piedra. La obra es de una originalidad
irrebatible.
Pasamos a la escultura
del Hospital de la Hortua. Se trata de
una obra de gran tamaño, mayor que el natural, tallada en
mármol de Colombia, de una dureza semejante al cuarzo.
Según diferentes críticos, se trata de una pieza
escultórica que ameritaría estar en un lugar público más
visible. La talla de esta obra me tomó un duro año de
trabajo.
Por esa misma época realicé la escultura
que decora el ámbito
de La Media Torta. Elaborada en
ferroconcreto, de una altura de seis metros, representa a
una mujer danzante que, en su conjunto, corresponde a una
abstracción humanizada. Esta obra la obsequié a la ciudad
de Bogotá.
IDA A ITALIA
Un día mi padre me llevó un librillo que
se titulaba Grandes Hombres de la Humanidad. Mostrándome
el contenido, me explicó que Miguel Ángel en Italia talló
en mármol obras que lo inmortalizaron y dignificaron el
andar del hombre en las faenas de la escultura. Me dijo
entonces mi padre: "Si quieres ser un gran escultor tienes
que estudiar la vida y obra de Miguel Ángel". Ese anhelo
se anidó en mi corazón y vivió indeleble, hasta el momento
en que fui a Italia a conocer y estudiar la vida y obra de
este genio de la humanidad.
Italia es, en su conjunto, un precioso
museo, forjado a través de cientos de años. Su
contribución al arte universal es prodigiosa. Son
incontables los pintores, escultores, orfebres y artesanos
que dejaron su legado para deleite de todos. En Asís pude
ver el mural que el Gioto realizó, como homenaje a la vida
de San Francisco, aplicando una técnica que sería la misma
que luego utilizaría Miguel Ángel, no sólo en el techo de
la Capilla Sixtina, sino en los laterales de la misma
Capilla.
Son muchos los nombres de los artistas
que se pueden adicionar a los ya mencionados. Donatello,
gran escultor cuyos relieves decoran las puertas de la
catedral de Florencia, el genial Benvenuto Cellini, con su
gran obra fundida en bronce, "El Orfeo". Siguen obras como
las realizadas por Leonardo de Vinci, incluyendo sus
geniales dibujos. Son notables las esculturas ecuestres
dispersas en el panorama de Italia.
De mi época en Italia, me queda como
huella imborrable la participación en la Exposición
Internacional de Venecia, uno de los
certámenes más exigentes del mundo. Quince obras mías
fueron seleccionadas para ser exhibidas en representación
de Colombia. En este libro hay registro fotográfico de
algunas de estas realizaciones.
Italia dejó en mí legados invaluables.
Además de mi contacto con un arte vital y portentoso, allí
conocí a una estudiante de arquitectura, Clara
Santini, quien visitaba con frecuencia mi
taller. Después de conocernos algo más, ella me invitó a
su casa. Conocí su familia, bellamente organizada. Poco
tiempo después, fuimos con ella y su padre a Roma, en
donde, en una de sus catedrales, contrajimos matrimonio.
Después, viajamos por Europa: Alemania, Francia, España,
visitando museos, galerías y finalmente regresamos a
Colombia.
No he cesado de reconocer el coraje de
esta joven italiana, al venir a América sin tener siquiera
información del país y de sus gentes. Ella fue profesora
de Italiano en la Universidad Nacional, profesora de
anatomía en la escuela de bellas artes de Ibagué, y
directora de departamento femenino de la Universidad
Tecnológica de Tunja. De nuestro matrimonio quedan tres
hijos: Greta Aldo y Carolina, la primera Bióloga, el
segundo Físico y la tercera, cantante del Conservatorio de
Santa Cecila en Roma. Viven en Italia, trabajando cada
quien en lo suyo. Clara viene a Bogotá con alguna
frecuencia y dicta clases de Italiano y conferencias sobre
la cultura de Italia en el Instituto Italiano de Cultura.
REGRESO DE ITALIA A COLOMBIA
Al regresar de Italia, mi primer trabajo
fue el gran
relieve en bronce que decora la fachada
del edificio Agustín Codazzi, en la carrera treinta, cerca
de la Universidad Nacional. Es una silueta del mapa de
Colombia, de cinco metros de altura por tres metros
cincuenta de ancho. El mapa está decorado con altos
relieves que representan figuras de las diferentes
regiones de Colombia.
El desarrollo de este relieve tuvo
algunas imprevistas dificultades. Dada la magnitud de la
obra, la tarea de fundición representaba un enorme reto.
El fundidor que logré contactar, me pidió por la fundición
cincuenta millones de pesos, reclamando el cincuenta
porciento para comenzar. Dos meses después, cuando quise
saber cómo iba el trabajo, me encontré con que el fundidor
había cogido las de Villadiego y se encontraba en
Venezuela. En ese momento, tuvimos, con mi esposa, que
desplazarnos a Ibagué, por asuntos de trabajo, pues
habíamos sido contratados por la Universidad del Tolima.
Con la cooperación de la Gobernación del
departamento pude tomar la decisión de comenzar
personalmente la fundición del relieve. Para ello me
ofrecieron un gran salón en la penitenciaría de Peñalisa,
en la ciudad de Ibagué. Como cosa curiosa, estando
dedicado a esa labor, perdí mis finas botas de trabajo.
Pasados unos días, después de la desaparición del calzado,
me topé con un jayán de unos veinte años que lucía con
desparpajo mis botas. Al verlo le dije: Hola,
sinvergüenza, como es que usted tiene mis botas de
trabajo. Sin alterarse me contestó: "Cómo es posible que
yo ande descalzo por esta cárcel y esas botas estén
ociosas, botadas en un rincón". La respuesta me sorprendió
por lo espontánea e inteligente. Decidí entonces averiguar
quién era. Me llamo Manuel Marulanda Vélez, pero aquí en
la prisión de dicen "Tiro Fijo". Eso fue en el año 1961.
De aquí pasamos a la Universidad
Tecnológica y Pedagógica de Tunja, en donde me desempeñé
como profesor en las tres facultades de ingeniería recién
creadas. Mi esposa trabajó igualmente como profesora de la
facultad de agronomía y luego como directora del
departamento femenino de la Universidad. Mi memoria me
dice que el trabajo de profesor fue muy duro, dado que mi
especialización no era la ingeniería, pero guardo gratos
recuerdos de esa época y del reconocimiento que hicieron
los alumnos de mi labor.
Reconocerme como una persona que ha
dedicado buena parte de su vida a tallar de manera directa
en mármol, piedra, madera, ónix, alabastro me llena de
orgullo y satisfacción.
Otra obra que recuerdo es la que me
encomendaron en Barrancabermeja: se trata de una Virgen
andante de más de seis metros, realizada en
grano de mármol a la vista. Como cosa curiosa, al tratarse
de una estatua tan alta, situada en cercanías del
aeropuerto, se presentaron reclamos de las autoridades
aeronáuticas. Lo cierto es que aún hoy esa escultura
preserva intacta su magnificencia natural de mármol a la
vista.
Otras obras
de gran tamaño se encuentran en Cúcuta y
Zipaquirá. En Cúcuta, en los Jardines de Paz de San José.
Una de estas esculturas representa la figura de un
Jesús resucitado de seis metros de altura
realizado en ferroconcreto. Otra obra son unas manos
gigantes de dos metros de altura cuya
armoniosa composición se conserva intacta después de diez
y ocho años de elaborada. En la ciudad de Zipaquirá, en la
catedral o basílica de la ciudad se encuentra un Cristo
en bronce de cuatro metros de altura fundido en bronce de
una gran síntesis expresiva y de una alta calidad como
escultura religiosa.
En el año de 2001 la alcaldía de
Zipaquirá me encomendó un mural
en homenaje a los mineros que por largos
años han esculpido la historia de las mundialmente famosas
Salinas de Zipaquirá. convirtiendo esa gran cavidad en la
escultura abstracta más grande y jamás proyectada por el
hombre. Maravilla ver los imponentes arcos formados en
roca, los profundos vacíos, que generan extraños y
diversos volúmenes que llaman al recogimiento y la
reflexión. Todo en este espacio convoca la admiración y a
la humildad, frente al prodigio portentoso producto de la
fusión entre la naturaleza y la paciente mano del ser
humano, decidido a dejar su huella a las generaciones del
futuro.
Recuerdo que siendo un niño de cuatro
años, me llevaron a conocer los socavones de lo que sería
la gran catedral que hoy conocemos. Guardo en mi retina la
silueta de atléticos cuerpos, bañados en sudor, que apenas
si cubrían sus torsos con pedazos de camisa. Fue tal mi
emoción de ver a esos hombres tallando la roca, que cuando
regresé a casa cogí un adobe y con la ayuda de un cuchillo
tallé la semblanza de un caballo. Mi padre, al ver la
figura, la llevó al horno en que cocinaba moyos y
ladrillos. Al poco tiempo de allí sacamos un caballito de
ladrillo.
Cuando mi gran amigo y amigo de mi padre,
el ingeniero Carlos Cortes, que dirigía los trabajos de
excavación de los socavones de la mina de sal, falleció,
profundamente adolorido, llevé el ladrillito-caballo a su
esposa, para que esta figurita acompañara a Carlos en su
tumba. Meses después visité el cementerio y la tumba de
Carlos. Grande fue mi sorpresa, cuando vi que el caballito
que con tanto afecto le había regalado a la viuda,
coronaba la cima del sepulcro.
Mantengo el convencimiento de que la
imagen del minero tallando la cavidad del cerro fue mi
primera gran lección de tallado y un estímulo que aún vive
en mí. A pesar del aprecio que les tengo a mis profesores
de escultura en la escuela de Bellas Artes, sé que con
ellos no aprendía a tallar, mis verdaderos maestros fueron
los mineros.
Por la época en que la catedral empezó a
exhibir con orgullo al mundo la famosa Catedral, única en
su concepción y realización, invité a Germán Arciniegas,
quien tanto me ayudara en Nueva York. Él invito al doctor
Luis Eduardo Nieto Caballero, Director de el Espectador
por ese entonces. Con gran curiosidad el doctor Nieto me
preguntó: "¿Qué opina usted de esta Catedral?". Sin recato
ni modestia le contesté: "En esta catedral pueden bailar
tranquilamente dos catedrales góticas como la Notre Dame
de París que acabo de visitar".
Este mural, homenaje a los escultores de
la Catedral de sal de Zipaquirá, hoy decora el gran patio
principal de la alcaldía de la ciudad y tiene cuatro
metros por dos. Fue originalmente concebido para
realizarse por el sistema del fresco para los jardines de
Salinas, pero temiendo el vandalismo, se decidió
realizarlo en un recinto cerrado. En esta obra se
representan los personajes más sobresalientes de esta
gesta minera.
No puedo dejar de mencionar el monumento
al pueblo Comunero. Desde la época de
estudiante me interesé y me entusiasmé por la historia de
este pueblo. Un día, estando en la biblioteca del Dr.
Alberto Corradme, en Zipaquirá, encontré una cartilla que
se titulaba el Pueblo Comunero del Socorro. Le pregunté a
Alberto, si la historia que se narraba era cierta. "Es tan
cierto, me contestó, que le puedo mostrar el lugar en que
sucedieron los acontecimientos". Por ese entonces yo tenía
entre diez y doce años y allí, en la plaza, Alberto me
explicó: "Mire, aquí en esta zona estuvieron los
cambuches, donde se alojaron los trescientos Comuneros
revoltosos. Allí estaba la capilla. En ese otro lugar se
reunieron para firmar las capitulaciones, con las cuales
el pueblo quedaba libre de vejaciones, humillaciones e
impuestos opresores, sacudiéndose de una tiranía injusta.
En este mismo sitio, esos Comuneros fueron traicionados,
con la santa cooperación del arzobispo Caballero y
Góngora, con firmas sobre los santos evangelios y bajo el
tañir de las rudimentarias campanas de la capilla del
pueblo".
En ese momento percibí la vitalidad y el
espíritu libertario del pueblo comunero. Y busqué plasmar
ese sentimiento, en una maqueta, que, con el senador
Angarita Baracaldo, llevamos al Senado de la República,
buscando apoyo para su realización. Allí nos brindaron su
respaldo y destinaron las correspondientes partidas.
Desafortunadamente, las difíciles condiciones del país y
la ciudad han impedido que esta obra se realice. El diseño
contempla una figura equina, que busca resaltar el papel y
la nobleza que este animal ha tenido en la historia de la
humanidad, además de ser ornamentalmente bello. En la
realidad, los Comuneros no tuvieron caballos, hicieron el
recorrido a pie, transportando sus objetos y alimentos a
lomo de burro y de muía, apenas si tenían alpargatas y
quimbas de cuero y así llegaron a la plaza que guardó su
imagen para la historia.
He sostenido, que la grandeza del pueblo
comunero está en que fueron derrotados. Son incontables
las esculturas de Bolívar y otros triunfadores, pero muy
pocas las dirigidas a enaltecer el papel de los humildes.
En mis intervenciones reivindico la necesidad de hacer un
homenaje a quienes, con su sangre y esfuerzo, fundieron
las columnas angulares de la libertad de Colombia y
encendieron los faros luminosos de este ideal, buscando
liberarlos de la inequidad, la esclavitud, los vejámenes y
las imposiciones. Siempre resalto que rendir homenaje a
los humildes es relievar los valores de la humanidad, de
los personajes que labran la historia con su sudor y
esfuerzo. Miremos, por ejemplo, la escultura del David con
que Miguel Ángel glorificó al más humilde de los pastores
de Caldea. Esta obra, que talló directamente en mármol,
tiene cinco metros de altura. Está en el centro y vértice
de la cruz formada por la gran arquitectura de la academia
de Florencia en Italia y representa, para mi, la más
valiosa obra de escultura creada antes y después de Miguel
Ángel. Con ella, al glorificar al más humilde de los
pastores, Miguel Ángel se inmortalizó, dejando un sello
imborrable en la historia y la cultura.
El proyecto al Pueblo Comunero lo concebí
pensando en que por un segundo realmente este pueblo fue
libre, inmortalizado por su dignidad, amor por la libertad
y voluntad de lucha. Hoy, gracias a los esfuerzos de las
autoridades de la ciudad, la obra logró ser realizada
aunque no cumpliendo todas las condiciones y
características previstas en su diseño. Ojalá, en un
próximo futuro, se haga realidad la posibilidad de darle a
esta obra la oportunidad de lucir como la soñé, para mi
satisfacción y las de los Zipaquireños.
Continúo trabajando, sin descanso,
realizando esculturas abstractas tridimensionales, dibujos
que representan esculturas o proyectos de esculturas. Hay
simples dibujos proyectos de escultura y también estudios
serios de pintura. Lo hago por la imperativa necesidad de
crear formas. Mi mente y mis manos, forjadas por los
golpes de quienes entregaban su vida y sudor en los
socavones de Zipaquirá, no pueden descansar, tienen que
seguir labrando un homenaje silencioso a los humildes. La
razón y sentido de mi creatividad.
Texto tomado del libro del Escultor: "Vida y obra", 2004.
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