Vida y Obra - Libro

Miguel Alfonso Sopó Duque - Escultor

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Libro

Miguel Sopó Duque - Escultor: vida y obra

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Fecha de publicación: 2004 por Editorial: Bogotá: Editorial Visuales.

2004.
El escultor escribe su autobiografía: "Vida y Obra".

 

 

Un agradecimiento muy especial al Banco de la República y a la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, quien se ocupó de digitalizar el libro de Miguel Sopó Duque "Vida y Obra", publicándolo en una página dedicada. Esta publicación en internet es preciosa porque permite, a todos los interesados, conocer las obras del Escultor, quien había escrito este libro con el intento de compartir su arte con todo el mundo:

" Esta sencilla obra que presento tiene por objeto compartir con los lectores lo que ha sido mi trasegar por el mundo de la escultura y el arte. Mi mayor deseo es que, quien no puede desplazarse por los diferentes lugares de Colombia y del exterior en donde se encuentran ubicadas gran parte de mis obras, puedan conocerlas aquí. Igualmente me anima la intención de contribuir a la divulgación de algunas de las técnicas y procedimientos que han acompañado mi consagración a poner en materiales perdurables mi amor por la vida y mi profundo respeto por quienes desde su humilde condición de trabajadores han contribuido a construir esta Nación".
Miguel Sopó Duque

http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/todaslasartes/vida/vida0.htm

"Vida y Obra" se puede encontrar en Bogotá en las siguientes librerías:

Siglo del hombre editores carr. 31A 25B 50http://www.siglodelhombre.com/details.asp?prodid=VAR50504&cat=59&path&namlb=Miguel-Sop%F3-Duque%2C-escultor.-Vida-y-obra

Libreria outlet siglo del hombre Carr.4 -10-02 La Candelaria

 

 

 

 

INTRODUCCION

En diferentes épocas se han realizado esculturas abstractas, creaciones donde la forma es medio expresivo, en armoniosa composición, y teniendo la luz, como determinante del volumen. La forma, como el lenguaje u otro medio expresivo, no necesita de elementos de la naturaleza en si, sólo un punto de partida para la creación. En la libre sinfonía creadora del artista, la forma es su medio íntimo de expresión. Son miles las esculturas abstractas producidas por el hombre, en los últimos cien años en el mundo. Lo paradójico es que se trata de una forma de expresarse milenaria. En el periodo paleolítico, el hombre creó el dolmen megalítico, construido con dos columnas o soportes irregulares, en estado natural, y una gran laja de piedra colocada encima. Al parecer se trataba de un monumento funerario, magnífica expresión de la escultura megalítica abstracta, creada hace cientos de años. Otra expresión de esta manera de ver el arte en el pasado fue el calendario Azteca, monolítica abstracción sublimada, con trazos precisos de una depurada astronomía cósmica.

Ya en la modernidad, la famosa torre Eiffel de París, podría catalogarse como arquitectura escultura abstracta, construida en hierro, que se erige hoy, bella y majestuosa, llenando de alegría y luz al mundo. El Golden Gate, el puente colgante más grande del mundo, en la bahía de San Francisco, Estados Unidos puede considerarse como una abstracción gigantesca sostenida por la alta ingeniería.

Otro tipo de abstracción es la creada en oro por los aborígenes en el corazón mismo de Colombia, por quienes entonces poblaban este territorio. Gran parte de esa producción fue saqueada, por el tiránico y delirante deseo de quienes llegaron, obsesionados con llevar a Europa sólo barras de oro y plata, y arcas llenas de piedras preciosas. Hoy todos los pueblos cultos del mundo lamentan esa salvaje destrucción y la negación que ella reflejó del valor de las nuevas culturas encontradas en la búsqueda del camino a las Indias.

Sabemos que el museo del Oro del Banco de la República sólo conserva una ínfima parte de la riqueza creada por nuestros antepasados indígenas, en tanto que, muchas de las obras de estos orfebres reposan en museos y colecciones privadas de todo el mundo. Tanto la muestra que ofrece el Banco en Bogotá, como las exposiciones que se han hecho en otras parte del planeta, maravillan por su creatividad, original diseño y por la insuperable calidad de su fundición, dejando en claro la virtuosidad de sus creadores y el valor de su cultura.

Es claro que el tamaño de una obra poco tiene que ver con su significado. El gran escultor italiano Benvenuto Cellini cuenta en su biografía que, al fundir en bronce en el año 1549 su mayor obra: "EL Perseo", cuya copia hoy decora un lateral de la Plaza de La "Signoria" en Florencia, al darse cuenta de que el estaño para la aleación no alcanzaba, decidió fundir doscientos platos y vasos de estaño para salvar su obra. Pero no es esto lo que lo hace grande. A la par de esta majestuosa obra, este gran orfebre hizo pequeñas esculturas en bronce, oro y plata. El pequeño tamaño de esta parte de su obra en nada disminuyó su gran valor creativo, llegando a ser considerado uno de los grandes del Renacimiento Italiano.

La fundición en bronce se ha utilizado desde que el ser humano aprendió el manejo de este metal. Los Griegos la utilizaron para cientos de obras, como la representación de Zeus, máxima deidad Griega, que hoy luce juvenil en el Museo Nacional de Atenas.

La escultura ecuestre en Italia, no sólo por la calidad de la escultura, sino por la altísima tecnología de fundición utilizada en su realización, ocupa sin duda el primer lugar en el mundo artístico.

Volviendo a nuestras raíces, la producción escultórica de San Agustín, en el Departamento del Huila, Colombia, o la que vemos en México, Solivia o Perú, son esculturas monolíticas muy semejantes, que reflejan afinidades en la manera de ver el mundo por parte de estas culturas y al observar estas esculturas en piedra, encontramos que las formas y cavidades resultan poco profundas, muy suaves, con muy escasos cortes rectangulares, dando la impresión de que en su talla se utilizó un émbolo cilíndrico y cónico de sílice o cuarzo. Un análisis antropométrico de las citadas esculturas, prueba muy claramente que se trata de obras únicas, sin parangón alguno.

Largo ha sido el camino de la humanidad desde su aparición en este mundo. Por doquier encontramos vestigios de lo que ha sido la evolución de la vida y del hombre en este rincón del universo. En Villa de Leyva, Boyacá, tenemos un pez de más o menos seis metros de largo, tres de ancho y noventa centímetros de alto, cuya petrificación se verificó por lo menos durante un millón de años, reflejando que entonces ese territorio era parte del reino de Neptuno. El proceso evolutivo fue lento y profundo, la fauna y la flora fueron tejiendo una red que condujo a la diversidad que hoy nos maravilla.

Todo esto generó más de una leyenda, incluida la bíblica, con Adán y Eva, como personajes principales, y la de los Chibchas, que tienen en Bachué a la madre del género humano. Conocer sus orígenes siempre ha motivado la inquietud y la reflexión de los hombres. Una a una se sucedieron las teorías. La de Darwin sobre la evolución de las especies, teniendo al orangután como nuestro antecesor parece no sostenerse. Tanto esta especie como el ser humano han sido y siguen siendo líneas paralelas, no convergentes ni divergentes, a través de toda la evolución del hombre.

Las diferentes razas tienen sus características, la raza negra tiene su pigmentación, su ángulo facial más cerrado, que la del hombre rubio. Los aborígenes de América son diferentes a las dos anteriores. Tiene un ángulo facial más abierto que e hombre africano y más cerrado que el del rubio europeo. El hombre evolucionó, como todos los seres de la naturaleza simultáneamente, durante 2600 millones de años. Concluir si el hombre apareció en Asia o en Europa de manera definitiva, sigue siendo una incógnita, si apareció en África, ¿por qué no pudo hacerlo en América?

Tal vez lo que más nos debe interesar es reconocer que ya en el año mil de nuestra era, en América florecían culturas majestuosas, como la Azteca, con sus gigantescas pirámides, y la Inca, con sus ciclópicas construcciones dedicadas al Templo del Sol en Perú, muchas de ellas monumentos astronómicos, que reflejaban sustanciales avances tecnológicos.

PRESENTACIÓN

Al evaluar mi gestión profesional he quedado perplejo al apreciar que el tiempo transcurrido desde que obtuve, en la Escuela de Bellas Artes de la ciudad de Bogotá, hoy Universidad Nacional, el título de Maestro, han transcurrido sesenta años. Toda una vida de absoluta dedicación a las artes, en particular a la escultura, teniendo como complemento el dibujo y la pintura, que siempre han sido el soporte básico, sin el cual se hace difícil a veces poder plasmar la figura tridimensional en que se expresa la primera. El ejercicio que actualmente me ocupa ha permitido revisar ampliamente el contexto de mi obra, desde los diferentes ángulos de su creación. He podido revisar, recrear los detalles más íntimos de los anteproyectos, dibujos, bocetos, fotografías y, en fin, en toda la metodología aprendida que ha hecho de mi el ser dedicado al arte que hoy soy.

Para un escultor, no es fácil mantener un archivo físico de su obra. El tamaño de las obras hace, con frecuencia, imposible lograrlo. Nuestros productos, enormes en peso y volumen, realizados en piedra, mármol, granito, arcilla o madera, se convierten, como realización de nuestro trabajo, en grandes monumentos, como los que se encuentran en las inmensas urbes; alegorías, estatuas y murales que las decoran, generando espacios que la humanidad guarda en su retina.

El esfuerzo intelectual y físico que exigieron las obras que he realizado desde 1944 hasta la fecha tienen el mejor reconocimiento cuando veo que muchas de mis creaciones han entrado a formar parte del patrimonio urbanístico y cultural del país. /.../.


EL ESCULTOR HABLA DE SU VIDA Y DE SU OBRA

En el curso de la vida de un artista, los personajes que danzan en su escena son sus propias obras, su propia creación, su satisfacción por la realización de ¡deas que han flotado en su mente creadora. Por eso considero que hace falta, en esta obra que dedico al pueblo de Colombia, una breve explicación, íntima y didáctica, sobre algunos hechos de mi vida y de mis obras.

En una casona construida con adobes, cubierta con un techo pajizo, con un solar muy grande, situada en la calle 8 No 11-19 de Zipaquirá, nace un niño, proyecto de escultor. Su padre es constructor de viviendas, genial agricultor, correcto caballero, buen señor.

En esta casona pajiza, de muros lisos y blancos, aún niño jugueteaba con tizones del fogón de la cocina. Un buen día, desde muy temprano, aprovechando que mi padre no estaba, ni tampoco su abuelita, tomé algunos de esos tizones y comencé a hacer dibujos sobre el impecable muro blanco. Con la complicidad de la empleada hago rasguños y más rasguños, desde el comienzo del gran muro del comedor que era sala y cocina. Al finalizar, había rasguñado con el carboncillo la totalidad de la pared. A las cinco de la tarde llegó la abuelita, miró la "carbonada" que el "pastorcillo" consentido había hecho y exclamó: "Esto, aunque no lo entiendo muy bien, me parece muy lindo, pero la fuetera que te va a dar tu papá también va a ser muy buena". A las siete de la noche, finalmente llegó el papá. Al no haber luz eléctrica, hizo una tea o mechero con tres velas e inició la exploración del muro. Tomando mi cabeza, recorrió el espacio del comedor, la sala y la cocina. Al avanzar preguntó: "¿Qué es esto?". Respondí: "La montaña a donde el sol va a dormir". Continúo el recorrido y preguntó: "¿Qué es esto?". "Una vaca". ¡Ahí, exclama el padre, pero le faltan cachos. Tomé de nuevo el tizón y dibujé los cachos. Tras un par de pasos, el padre nuevamente indagó: "¿Qué es esto?". "Un sapito que llora en el pozo".

Se detuvo don José Sopó, cogió afectuosamente mi frágil cabecita de niño y dijo "mira mijo, espero hacerte una casa más grande para que allí sigas dibujando". Por ese entonces el proyecto de escultor tenía cuatro años. Aquí se liquidó el hogar. Por un tiempo fui a la finca de la abuela, en un campo abierto y bellísimo, en donde encontré como amigos a los animales. Los admiraba a todos. Desde las ranitas del pozo, hasta las laboriosas hormigas, que de manera incansable llevan hojitas, como provisiones para su organizada comunidad. Algunos los hice propios, como los blancos conejillos Tulú y Lutín, pero el día más feliz de aquellos tiempos, lo constituye la llegada de Canelo un potranco apenas destetado, que acababa también de perder a su mamá. Por su color lo llamé Canelo. Fue mi gran amigo, crecimos juntos, hasta que un día se lo llevaron como reproductor para una hacienda vecina.

Un día la abuelita dice "Pastorcillo alístate que vamos de pesca al valle de los Sauces Llorones". Ciertamente en ese confín de la finca había un riachuelo que alimentaba unos sauces centenarios y en sus raíces vivían familias de cangrejos, que se deslizaban por las enormes cabelleras formadas por las raíces de los Sauces Llorones.

Mientras la abuelita pescaba, me dediqué a sacar arcilla del riachuelo y con ese material modelaba figuritas. Al ver el producto de las manos del nieto, la abuela dijo: "ese es un cerdito regordete y barrigón, muy lindo". Esas palabras de aliento comenzaron a forjar en mí el espíritu del escultor. Con la arcilla descubierta comienzo a modelar pequeñas figuras que van a decorar una gran mesa de campo y allí los amigos de mi padre comienzan a elogiar mi tendencia a realizar esculturitas. Esa fue, en esencia, mi primera exposición.


Comencé a estudiar la primaria en la Escuela Pública "República del Uruguay", donde los profesores descubren mis cualidades para hacer monitos. Hice un busto grandísimo del Libertador Simón Bolívar. El periódico El Tiempo publicó en primera página la foto del busto con la leyenda: "Homenaje de los niños de Colombia al Libertador".

Pasé a estudiar preparatoria en un Colegio privado dirigido por el famoso pedagogo Don Narciso González H. Allí estudiaban los niños y jóvenes de la culta ciudad, los llamados "Niños Bien". Me llamó la atención que todos los niños y jóvenes vestían muy elegantes, con una pulcritud inmaculada, de color azul marino, cuellos blancos a la marinera, zapatos charol negro, medias blancas, pantalón corto, a la rodilla.

Los niños del plantel me veían como bicho raro, vestido de pantalón largo, botines de amarrar, camisa blanca con corbata. Un día de copiosas lluvias llegué como nuevo alumno a caballo, con zamarros de cuero, a la usanza de los caballeros jinetes, ruana llamada bayetón de fina lana, color rojo por un lado y azul por el otro. Venía acompañado de un mozo jinete, famoso domador de caballos montado en una fina muía de paso. Por ser la hora de entrar al colegio, los alumnos estupefactos se percataron de que el nuevo compañero venía del campo, que tenía que andar por caminos fangosos pedregosos y polvorientos. Me pareció que los demás alumnos del plantel no sabían que pensar, ni que sentir: lástima por ser un campesino o envidia por disponer de briosos caballos.

Tras una riña con mis compañeros, producto de la incomprensión, mi padre me llevó a una preparatoria que me permite ingresar al colegio San Luis Gonzaga de Zipaquirá, bajo la dirección de especializados profesores venidos de España. Allí concluí mi bachillerato y pasé a la Escuela de Bellas Artes, hoy, Facultad de Artes de la Universidad Nacional, bajo la rectoría del maestro Miguel Díaz Vargas, destacado pintor Colombiano.

Estando en el año de estudios en la escuela de Bellas Artes, cuya sede fue el edificio de Santa Clara, ubicado en la carrera 8a con calle 9a. a la exposición que realizaban los estudiantes cada fin de año llegó el Ministro de Educación Nacional de entonces, Juan Lozano y Lozano, quien le solicitó al rector de la Escuela, Ignacio Gómez Jaramillo, que le mandara al autor de un estudio de escultura que lo había impresionado muchísimo. Ese estudiante era yo.

Preso de la más grande emoción, al día siguiente llegué al Ministerio. El doctor Lozano me dijo: "Quiero que te vayas a estudiar a Inglaterra. No te puedes quedar aquí. El Ministerio ha decidido ofrecerte una beca para que curses estudio de escultura". Corrí a Zipaquirá a contarle a mi padre la gran noticia. Él me miró y con un ceño algo fruncido me dijo: "En este momento no te puedes ir a Inglaterra, porque Alemania está bombardeando Londres. Ponte a estudiar francés, que yo procuraré mandarte a Francia en un momento más oportuno". Regresé al Ministerio. Le di las gracias al señor Ministro, en mi nombre y el de mi padre, y le informe de la decisión que habíamos tomado. El Ministro reconociendo la situación, dijo: "Es la voluntad de tu padre".

No obstante el desenlace de la anterior historia, se trató de un estímulo muy grande en la aún incipiente carrera del escultor, en que me quería convertir. Fue tal la emoción, que comencé a tallar un relieve en piedra, de dos metros veinte por un metro diez centímetros. En él representaba a los primitivos mineros de la sal. Hoy, esa obra decora la gran portada que conduce al jardín de las Salinas de Zipaquirá. Concluida esa obra, comencé a tallar dos grandes cabezas de un hombre y una mujer, tallas directas en piedra que guardo, con calidez, en la memoria.

Poco después, tallé otra escultura, "Serenidad", que recibió medalla de plata en el Tercer Salón de Artistas Colombianos. Entusiasmado por mis logros, en la talla en piedra, realicé una escultura de un tamaño mayor que el natural, con la cual obtuve el primer premio de escultura en el Quinto Salón de Artistas Colombianos.

Por ese entonces, me presenté a un concurso que la gobernación de Cundinamarca organizó para dar una beca de especialización en el exterior a un pintor o escultor del departamento. Gané el concurso y me fui a los Estados Unidos para adelantar una especialización.

ESTADOS UNIDOS

En el país del norte, me aconsejaron ir a la academia de Cranbrook. En ella se reunían, entre otros artistas, ceramistas, escultores y arquitectos que cursaban especializaciones, una vez concluidos sus estudios académicos básicos. En ese sitio, no sólo tuve la oportunidad de conocer y trabajar con el gran escultor Cari Milles y con un grupo muy selecto de profesores, sino que, cada diez días, escuchábamos a un gran artista, que nos compartía su experiencia y sus vivencias.

Bajo el estímulo de Milles, gran amigo y señor, trabajé en una talla en mármol, "Cabeza de Mujer". Decidí presentarla al concurso de los escultores de Michigan, que organizó el Museo de Detroit, y gané el Primer Premio, en la modalidad de Escultura. Terminada la etapa académica, me invitaron a la Universidad de Syracuse. Allí, junto con otro escultor llegado de Europa, organizamos el departamento de escultura de esa Universidad.

Estando allí, participé en la exposición de escultura cerámica y gané el Primer Premio, con la obra, "El Viento". Al terminar mi ciclo en la universidad de Syracuse, me traslado a Nueva York. Allí me presenté al concurso internacional de la John Simon Gugenheim Foundation, que gané, permitiéndome gestar toda una serie de obras que fueron exhibidas en una exposición personal, en el corazón de Nueva York. De estas obras se destaca "El Minero Primitivo", tallado en caoba del África con una altura de 2:25 mts. Fue la primera vez que rompí los cánones tradicionales y me decidí a producir una figura de protuberantes volúmenes, con expresión de fuerza y poder. Aún recuerdo las sensaciones que me invadieron, cuando una enorme grúa transportó la escultura, bajo las sombras de los rasgacielos de la capital del mundo, a la sede de la exposición organizada por Germán Arciniegas, quien presentó mi obra.

Otro de los diseños creados bajo el estímulo recibido de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, fue un proyecto para honrar la figura de Bochica. Personaje legendario de nuestros antepasados, de quien se dice que, con la ayuda de una varita, rompió las rocas que sostenían el agua del gran lago que en ese entonces cubrían lo que es hoy la Sabana de Bogotá, formando, al hacerlo, el portentoso Salto del Tequendama. Con esa imagen en la mente, creé una figura-proyecto que representaba un gran monumento al Bochica de nuestra leyenda.

DE REGRESO A COLOMBIA

A mi regreso a Colombia, la primera oportunidad de trabajo me la ofreció el Presidente Laureano Gómez, quien me mandó realizar una escultura del expresidente Mariano Ospina Pérez. Esa obra en bronce se encuentra en Belencito, Boyacá. El desarrollo de esta obra me dejó gratos recuerdos de la humanidad y sencillez del doctor Ospina. Un día en que me preparaba a trabajar en el modelo, él me preguntó: "¿Y tú quién eres?". Al día siguiente le llevé fotografías de esculturas realizadas en Estados Unidos y mi Curriculum Vitae. Al ver lo que le presenté me dijo: "¿Por qué regresaste?". Con entusiasmo le contesté: porque creo en Colombia y aquí tengo muchos amigos. El doctor Ospina, con una mirada lejana y una profunda voz me dijo: 'Acabo de salir de la presidencia de la República y no tengo un solo amigo. Piensa, si en verdad tienes tantos amigos como crees tener". Al día siguiente llegué a trabajar en su escultura y le dije: Tiene razón, señor presidente, no creo que tenga tantos amigos. Me escuchó con prudencia y dijo: "En cualquier caso hay que tener, al menos, tres amigos". ¿Por qué tres?, le pregunté. Con naturalidad y sencillez me dijo que sus antepasados fueron campesinos y que ellos sabían que en un fogón, para soportar la olla del sancocho se necesitan tres piedras.

El Ministerio de Obras Publicas me encomendó parte de la decoración de la Capilla de la Universidad Nacional, en la ciudad universitaria. Para esa obra diseñé y realicé un gran Cristo en bronce, que tiene cuatro metros de altura. Recuerdo que un día, Monseñor Concha, quien presidía una ceremonia religiosa, con entusiasmo se refirió al Cristo, diciendo que se trataba de una gran obra, que se destacaría en cualquier parte del mundo. A Monseñor Concha me lo presentó el Párroco de la Capilla, el Padre Efraín Rozo, quien fuera un gran ciclista y el verdadero creador de las ciclovías.

La fachada de la iglesia está decorada con un mural en cerámica de quince metros de largo por siete cincuenta de alto. Se trata de las figuras de los evangelistas que dotan el espacio de un tono de humanidad y grandeza, propias de las figuras escogidas como personajes bíblicos.

Pasé a tallar en piedra una obra monumental, de seis toneladas de peso, dos metros veinticinco de alta, un metro diez de fondo. Se trataba de un bloque que encontré en las canteras de la ciudad de Sopó. Sopó en lengua Chibcha quiere decir piedra dura, lo que pude comprobar, cuando comencé a tallar la figura del descendimiento de Jesús que hoy decora la gran catedral de sal de Zipaquirá. Esta obra es considerada por los críticos como una de las más importantes de mi producción como escultor. Su composición obedece a una figura que desciende y a dos figuras humanas que la sostienen, formando una unidad escultórica. La semblanza que algún critico le dio a esta atrevida composición, comparándola con la obra de Miguel Ángel, solo tiene en común con la obra del italiano el que él talló la suya de forma directa en un gran bloque de mármol, y yo tallé la mía, también en forma directa, en un gran bloque de piedra. La obra es de una originalidad irrebatible.

Pasamos a la escultura del Hospital de la Hortua. Se trata de una obra de gran tamaño, mayor que el natural, tallada en mármol de Colombia, de una dureza semejante al cuarzo. Según diferentes críticos, se trata de una pieza escultórica que ameritaría estar en un lugar público más visible. La talla de esta obra me tomó un duro año de trabajo.

Por esa misma época realicé la escultura que decora el ámbito de La Media Torta. Elaborada en ferroconcreto, de una altura de seis metros, representa a una mujer danzante que, en su conjunto, corresponde a una abstracción humanizada. Esta obra la obsequié a la ciudad de Bogotá.

IDA A ITALIA

Un día mi padre me llevó un librillo que se titulaba Grandes Hombres de la Humanidad. Mostrándome el contenido, me explicó que Miguel Ángel en Italia talló en mármol obras que lo inmortalizaron y dignificaron el andar del hombre en las faenas de la escultura. Me dijo entonces mi padre: "Si quieres ser un gran escultor tienes que estudiar la vida y obra de Miguel Ángel". Ese anhelo se anidó en mi corazón y vivió indeleble, hasta el momento en que fui a Italia a conocer y estudiar la vida y obra de este genio de la humanidad.

Italia es, en su conjunto, un precioso museo, forjado a través de cientos de años. Su contribución al arte universal es prodigiosa. Son incontables los pintores, escultores, orfebres y artesanos que dejaron su legado para deleite de todos. En Asís pude ver el mural que el Gioto realizó, como homenaje a la vida de San Francisco, aplicando una técnica que sería la misma que luego utilizaría Miguel Ángel, no sólo en el techo de la Capilla Sixtina, sino en los laterales de la misma Capilla.

Son muchos los nombres de los artistas que se pueden adicionar a los ya mencionados. Donatello, gran escultor cuyos relieves decoran las puertas de la catedral de Florencia, el genial Benvenuto Cellini, con su gran obra fundida en bronce, "El Orfeo". Siguen obras como las realizadas por Leonardo de Vinci, incluyendo sus geniales dibujos. Son notables las esculturas ecuestres dispersas en el panorama de Italia.

De mi época en Italia, me queda como huella imborrable la participación en la Exposición Internacional de Venecia, uno de los certámenes más exigentes del mundo. Quince obras mías fueron seleccionadas para ser exhibidas en representación de Colombia. En este libro hay registro fotográfico de algunas de estas realizaciones.

Italia dejó en mí legados invaluables. Además de mi contacto con un arte vital y portentoso, allí conocí a una estudiante de arquitectura, Clara Santini, quien visitaba con frecuencia mi taller. Después de conocernos algo más, ella me invitó a su casa. Conocí su familia, bellamente organizada. Poco tiempo después, fuimos con ella y su padre a Roma, en donde, en una de sus catedrales, contrajimos matrimonio. Después, viajamos por Europa: Alemania, Francia, España, visitando museos, galerías y finalmente regresamos a Colombia.

No he cesado de reconocer el coraje de esta joven italiana, al venir a América sin tener siquiera información del país y de sus gentes. Ella fue profesora de Italiano en la Universidad Nacional, profesora de anatomía en la escuela de bellas artes de Ibagué, y directora de departamento femenino de la Universidad Tecnológica de Tunja. De nuestro matrimonio quedan tres hijos: Greta Aldo y Carolina, la primera Bióloga, el segundo Físico y la tercera, cantante del Conservatorio de Santa Cecila en Roma. Viven en Italia, trabajando cada quien en lo suyo. Clara viene a Bogotá con alguna frecuencia y dicta clases de Italiano y conferencias sobre la cultura de Italia en el Instituto Italiano de Cultura.

REGRESO DE ITALIA A COLOMBIA

Al regresar de Italia, mi primer trabajo fue el gran relieve en bronce que decora la fachada del edificio Agustín Codazzi, en la carrera treinta, cerca de la Universidad Nacional. Es una silueta del mapa de Colombia, de cinco metros de altura por tres metros cincuenta de ancho. El mapa está decorado con altos relieves que representan figuras de las diferentes regiones de Colombia.

El desarrollo de este relieve tuvo algunas imprevistas dificultades. Dada la magnitud de la obra, la tarea de fundición representaba un enorme reto. El fundidor que logré contactar, me pidió por la fundición cincuenta millones de pesos, reclamando el cincuenta porciento para comenzar. Dos meses después, cuando quise saber cómo iba el trabajo, me encontré con que el fundidor había cogido las de Villadiego y se encontraba en Venezuela. En ese momento, tuvimos, con mi esposa, que desplazarnos a Ibagué, por asuntos de trabajo, pues habíamos sido contratados por la Universidad del Tolima.

Con la cooperación de la Gobernación del departamento pude tomar la decisión de comenzar personalmente la fundición del relieve. Para ello me ofrecieron un gran salón en la penitenciaría de Peñalisa, en la ciudad de Ibagué. Como cosa curiosa, estando dedicado a esa labor, perdí mis finas botas de trabajo. Pasados unos días, después de la desaparición del calzado, me topé con un jayán de unos veinte años que lucía con desparpajo mis botas. Al verlo le dije: Hola, sinvergüenza, como es que usted tiene mis botas de trabajo. Sin alterarse me contestó: "Cómo es posible que yo ande descalzo por esta cárcel y esas botas estén ociosas, botadas en un rincón". La respuesta me sorprendió por lo espontánea e inteligente. Decidí entonces averiguar quién era. Me llamo Manuel Marulanda Vélez, pero aquí en la prisión de dicen "Tiro Fijo". Eso fue en el año 1961.

De aquí pasamos a la Universidad Tecnológica y Pedagógica de Tunja, en donde me desempeñé como profesor en las tres facultades de ingeniería recién creadas. Mi esposa trabajó igualmente como profesora de la facultad de agronomía y luego como directora del departamento femenino de la Universidad. Mi memoria me dice que el trabajo de profesor fue muy duro, dado que mi especialización no era la ingeniería, pero guardo gratos recuerdos de esa época y del reconocimiento que hicieron los alumnos de mi labor.

Reconocerme como una persona que ha dedicado buena parte de su vida a tallar de manera directa en mármol, piedra, madera, ónix, alabastro me llena de orgullo y satisfacción.

Otra obra que recuerdo es la que me encomendaron en Barrancabermeja: se trata de una Virgen andante de más de seis metros, realizada en grano de mármol a la vista. Como cosa curiosa, al tratarse de una estatua tan alta, situada en cercanías del aeropuerto, se presentaron reclamos de las autoridades aeronáuticas. Lo cierto es que aún hoy esa escultura preserva intacta su magnificencia natural de mármol a la vista.

Otras obras de gran tamaño se encuentran en Cúcuta y Zipaquirá. En Cúcuta, en los Jardines de Paz de San José. Una de estas esculturas representa la figura de un Jesús resucitado de seis metros de altura realizado en ferroconcreto. Otra obra son unas manos gigantes de dos metros de altura cuya armoniosa composición se conserva intacta después de diez y ocho años de elaborada. En la ciudad de Zipaquirá, en la catedral o basílica de la ciudad se encuentra un Cristo en bronce de cuatro metros de altura fundido en bronce de una gran síntesis expresiva y de una alta calidad como escultura religiosa.

 

En el año de 2001 la alcaldía de Zipaquirá me encomendó un mural en homenaje a los mineros que por largos años han esculpido la historia de las mundialmente famosas Salinas de Zipaquirá. convirtiendo esa gran cavidad en la escultura abstracta más grande y jamás proyectada por el hombre. Maravilla ver los imponentes arcos formados en roca, los profundos vacíos, que generan extraños y diversos volúmenes que llaman al recogimiento y la reflexión. Todo en este espacio convoca la admiración y a la humildad, frente al prodigio portentoso producto de la fusión entre la naturaleza y la paciente mano del ser humano, decidido a dejar su huella a las generaciones del futuro.

Recuerdo que siendo un niño de cuatro años, me llevaron a conocer los socavones de lo que sería la gran catedral que hoy conocemos. Guardo en mi retina la silueta de atléticos cuerpos, bañados en sudor, que apenas si cubrían sus torsos con pedazos de camisa. Fue tal mi emoción de ver a esos hombres tallando la roca, que cuando regresé a casa cogí un adobe y con la ayuda de un cuchillo tallé la semblanza de un caballo. Mi padre, al ver la figura, la llevó al horno en que cocinaba moyos y ladrillos. Al poco tiempo de allí sacamos un caballito de ladrillo.

Cuando mi gran amigo y amigo de mi padre, el ingeniero Carlos Cortes, que dirigía los trabajos de excavación de los socavones de la mina de sal, falleció, profundamente adolorido, llevé el ladrillito-caballo a su esposa, para que esta figurita acompañara a Carlos en su tumba. Meses después visité el cementerio y la tumba de Carlos. Grande fue mi sorpresa, cuando vi que el caballito que con tanto afecto le había regalado a la viuda, coronaba la cima del sepulcro.

Mantengo el convencimiento de que la imagen del minero tallando la cavidad del cerro fue mi primera gran lección de tallado y un estímulo que aún vive en mí. A pesar del aprecio que les tengo a mis profesores de escultura en la escuela de Bellas Artes, sé que con ellos no aprendía a tallar, mis verdaderos maestros fueron los mineros.

Por la época en que la catedral empezó a exhibir con orgullo al mundo la famosa Catedral, única en su concepción y realización, invité a Germán Arciniegas, quien tanto me ayudara en Nueva York. Él invito al doctor Luis Eduardo Nieto Caballero, Director de el Espectador por ese entonces. Con gran curiosidad el doctor Nieto me preguntó: "¿Qué opina usted de esta Catedral?". Sin recato ni modestia le contesté: "En esta catedral pueden bailar tranquilamente dos catedrales góticas como la Notre Dame de París que acabo de visitar".

Este mural, homenaje a los escultores de la Catedral de sal de Zipaquirá, hoy decora el gran patio principal de la alcaldía de la ciudad y tiene cuatro metros por dos. Fue originalmente concebido para realizarse por el sistema del fresco para los jardines de Salinas, pero temiendo el vandalismo, se decidió realizarlo en un recinto cerrado. En esta obra se representan los personajes más sobresalientes de esta gesta minera.

No puedo dejar de mencionar el monumento al pueblo Comunero. Desde la época de estudiante me interesé y me entusiasmé por la historia de este pueblo. Un día, estando en la biblioteca del Dr. Alberto Corradme, en Zipaquirá, encontré una cartilla que se titulaba el Pueblo Comunero del Socorro. Le pregunté a Alberto, si la historia que se narraba era cierta. "Es tan cierto, me contestó, que le puedo mostrar el lugar en que sucedieron los acontecimientos". Por ese entonces yo tenía entre diez y doce años y allí, en la plaza, Alberto me explicó: "Mire, aquí en esta zona estuvieron los cambuches, donde se alojaron los trescientos Comuneros revoltosos. Allí estaba la capilla. En ese otro lugar se reunieron para firmar las capitulaciones, con las cuales el pueblo quedaba libre de vejaciones, humillaciones e impuestos opresores, sacudiéndose de una tiranía injusta. En este mismo sitio, esos Comuneros fueron traicionados, con la santa cooperación del arzobispo Caballero y Góngora, con firmas sobre los santos evangelios y bajo el tañir de las rudimentarias campanas de la capilla del pueblo".

En ese momento percibí la vitalidad y el espíritu libertario del pueblo comunero. Y busqué plasmar ese sentimiento, en una maqueta, que, con el senador Angarita Baracaldo, llevamos al Senado de la República, buscando apoyo para su realización. Allí nos brindaron su respaldo y destinaron las correspondientes partidas. Desafortunadamente, las difíciles condiciones del país y la ciudad han impedido que esta obra se realice. El diseño contempla una figura equina, que busca resaltar el papel y la nobleza que este animal ha tenido en la historia de la humanidad, además de ser ornamentalmente bello. En la realidad, los Comuneros no tuvieron caballos, hicieron el recorrido a pie, transportando sus objetos y alimentos a lomo de burro y de muía, apenas si tenían alpargatas y quimbas de cuero y así llegaron a la plaza que guardó su imagen para la historia.

He sostenido, que la grandeza del pueblo comunero está en que fueron derrotados. Son incontables las esculturas de Bolívar y otros triunfadores, pero muy pocas las dirigidas a enaltecer el papel de los humildes. En mis intervenciones reivindico la necesidad de hacer un homenaje a quienes, con su sangre y esfuerzo, fundieron las columnas angulares de la libertad de Colombia y encendieron los faros luminosos de este ideal, buscando liberarlos de la inequidad, la esclavitud, los vejámenes y las imposiciones. Siempre resalto que rendir homenaje a los humildes es relievar los valores de la humanidad, de los personajes que labran la historia con su sudor y esfuerzo. Miremos, por ejemplo, la escultura del David con que Miguel Ángel glorificó al más humilde de los pastores de Caldea. Esta obra, que talló directamente en mármol, tiene cinco metros de altura. Está en el centro y vértice de la cruz formada por la gran arquitectura de la academia de Florencia en Italia y representa, para mi, la más valiosa obra de escultura creada antes y después de Miguel Ángel. Con ella, al glorificar al más humilde de los pastores, Miguel Ángel se inmortalizó, dejando un sello imborrable en la historia y la cultura.

El proyecto al Pueblo Comunero lo concebí pensando en que por un segundo realmente este pueblo fue libre, inmortalizado por su dignidad, amor por la libertad y voluntad de lucha. Hoy, gracias a los esfuerzos de las autoridades de la ciudad, la obra logró ser realizada aunque no cumpliendo todas las condiciones y características previstas en su diseño. Ojalá, en un próximo futuro, se haga realidad la posibilidad de darle a esta obra la oportunidad de lucir como la soñé, para mi satisfacción y las de los Zipaquireños.

Continúo trabajando, sin descanso, realizando esculturas abstractas tridimensionales, dibujos que representan esculturas o proyectos de esculturas. Hay simples dibujos proyectos de escultura y también estudios serios de pintura. Lo hago por la imperativa necesidad de crear formas. Mi mente y mis manos, forjadas por los golpes de quienes entregaban su vida y sudor en los socavones de Zipaquirá, no pueden descansar, tienen que seguir labrando un homenaje silencioso a los humildes. La razón y sentido de mi creatividad.

 

 

 

 

 

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Al escultor le encantaba fotografiar sus obras con sus cámaras Rolleyflex 3.5 6x6 (Carl Zeiss Tessar 1:3.5 f=75mm) y Linhof Technika 9x12cm (Carl Zeiss Tessar). Ahora sus familiares usan la cámara Leica D-Lux-5 (Vario-Summicron 1:2-3.3/5.1-19.2 mm ASP, video HD 720p AVCHD, zoom Vario Summicron 24-90 mm.
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