Críticos destacados intelectuales conceptúanMiguel Sopó Duque - ESCULTOR - Página Oficial
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A continuación publicamos parte del libro del Escultor "Vida y obra", 2004: Críticos destacados intelectuales coceptúan.
PRÓLOGO GUSTAVO CASTRO CAYCEDO
El mágico estilo que le imprime a sus obras el maestro Miguel Sopó, con pinceles, espátulas, escoplos o cinceles, es marca de autor, inconfundible. Es evidente en las capillas de la Universidad Nacional, en la Catedral de Sal, en calles y salones. Es su inagotable y exitoso talento como escultor, y pintor, lo que permite que a los 87 años, cuando muchos virtuosos le han dicho hace mucho adiós a sus éxitos y conquistas, él siga siendo un milagro de vida y se mantenga su creatividad intacta, depurada, madura; tal como él, que es lo más perecido a un roble. Este libro es un testimonio excepcional de su obra, desde cuando ya se proyectaba grande, siendo aún estudiante en la Universidad Nacional. Esta valiosa publicación, rica en fotografía,
deja intactos, trazos y recuerdos de su periplo de crecimiento
espiritual y artístico, que lo llevó a las aulas de la Academia de
Arte de Cranbrook, en Michigan y de la Universidad de Syracuse,
donde forjó su talento, y a mil rincones de los Estados Unidos,
donde sus creaciones siguen siendo testimonio de maestría. También
aborda el capítulo del joven Sopó y de su regreso a la patria
grande y a la patria chica, a su Zipaquirá. Su retorno al
exterior, esta vez al viejo mundo, con dos años en la Italia de
Miguel Ángel a donde fue a formarse más, mucho más. Es
precisamente allí, "en la patria del mármol", donde trabajó este
material hasta dominarlo. Representó a Colombia en el "Festival
Internacional de Venecia", en 1957. Luego, su nuevo regreso, con
más triunfos y su nombre fortalecido como Artista. HOMENAJE A LA REBELDÍA PATRIOTA En los últimos años, mes a mes, el Maestro Sopó ha seguido activo realizando murales, esculturas, dibujos y pinturas en el campo del abstraccionismo, y montando exposiciones dentro de su expresión de volumen y color. Como ejemplo, destaco el mural de cuatro metros por dos, para el Palacio Municipal y la escultura "Al Pueblo Comunero", para el paseo peatonal de la "Alameda", de Zipaquirá, cuyo sabor de patria tienen la fuerza e identidad de su inconfundible estilo. De su obra resalto la dedicada con intensidad y orgullo a nuestras raíces, en la que rinde homenaje a la rebeldía patriótica de nuestro pueblo, durante la Conquista, la Colonia y la República. Su extensa obra que honra a Dios y a Cristo, sus gritos y silencios hechos arte, que invitan a la reflexión sobre el legado indígena y al orgullo de nuestra nacionalidad. La calidad artística de Miguel Sopó, reconocida en América y Europa, es directamente proporcional a su carácter y a sus principios inalterables del hombre para el que lo que vale es la palabra. Sus manos se expresan satisfechas cada vez que culmina una de sus obras, luego de largas jornadas en su estudio, un templo de creatividad inagotable. Miguel Sopó, talento de la tierra de la sal, es
una mezcla de arte, estética y literatura, que le ha retornado
artística y socialmente a Zipaquirá mucho más de lo que ha
recibido de ella, a través de sus esculturas, de sus murales que
invocan la paz, que invitan a exaltar nuestras raíces, a la mujer
y al hombre colombiano. UN GRAN TRIUNFADOR Su estilo ha estado dominado por la expresión figurativa. Como escultor acorde y estético; ganó el "1 Salón de Artistas Colombianos", 1.944, y el "V Salón", con la talla de piedra "Maternidad"; en Michigan, con la obra en mármol, "Cabeza de Mujer", y el Premio de la Fundación Jhon Simon Guggenheim, en 1.948. Sus esculturas más notables han sido, "El Cristo" en bronce, en la capilla de la Ciudad Universitaria; "El Descendimiento de Jesús", talla en piedra, en la Catedral de Sal. "La Maternidad", en piedra, en la Biblioteca Nacional de Bogotá; el "Monumento a la Raza Aborigen", en Tunja; "El Minero Primitivo", en Estados Unidos y "La Ceramista", de la colección de la International Business Machine Corp. Entre sus murales más conocidos están los de la capilla de la Ciudad Universitaria; la Fábrica de Tejidos Brasis en Bogotá; la decoración de la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar en Bogotá y los de Zipaquirá. 2004 representa en la vida del maestro Sopó un momento de balance en una vida creativa, décadas de trabajo constante, enalteciendo a nuestra ciudad con sus valiosos desempeños de distinta naturaleza artística. Sí, la extensa obra internacional del maestro Sopó ha estado presente en decenas de exposiciones individuales y colectivas, en recintos cerrados y en sitios abiertos al público, en los que con especial fervor, -es necesario recalcarlo- rinde homenaje permanente al indio, al patriota, al mestizo, al obrero, evocando con su arte el espíritu propio de nuestra raza. El Maestro me dio el privilegio de estas líneas en su nueva obra, y no puedo terminarlas sin decir que, como nativo de la que fuera famosa y gloriosa ciudad de indios Muiscas adelantados, de comuneros, de patriotas, de mujeres y hombres cultos, y de ilustres e ilustrados, siento orgullo de tener un coterráneo de la inmensa calidad artística y profesional, del carácter y de la rectitud de Miguel Sopó, una persona excepcional y uno de los hombres más ilustres de Zipaquirá. |
GERMAN
RUBIANO CABALLERO "Con esa amalgama de tradición milenaria y de tradición modernista. Sopó realiza un trabajo seguro, en el que son sobresalientes las formas rotundas y claras y las nociones de fuerza y potencia. Ellas solo pueden observarse por que así lo ha procurado el Artista, como cuerpos netos y vigorosos en los que se descubren actitudes varias de la figura humana. Su examen nos depara un gran amor por la vida y un claro regodeo por el oficio plástico". La temporada estadoudinense se prolongó hasta 1950, pasando los últimos dos años en Nueva York. Sopó también vivió en Italia entre 1955 y 1958. Pese a su contacto de varios años con maestros famosos, y con medios que desde comienzos de siglo empezaron a ver un arte distinto al tradicional, el escultor de Zipaquirá siempre ha mantenido un concepto bastante distante de lo contemporáneo. Así se comprueba al oír sus conceptos sobre los materiales pobres, las chatarras, de muchas construcciones modernas que le resultan, cuando más pura decoración, pero, sobre todo, observando su producción. De esta se deben destacar los siguientes trabajos: Maternidad, Mármol Colombiano, ubicada en El Hospital de la Hortúa, 1954. Con otro mármol del mismo tema, se ganó el primer premio en el Quinto Salón Naciona de 1954. Descendimiento, piedra, en la catedral de sal de Zipaquirá, 1955. Monumento a la Raza Aborigen, piedra, en la salida Norte de Tunja, 1962. Todos ellos trabajos públicos, esculpidos directamente por el Artista, en labor tan ardua como técnicamente correcta. Esta ultima obra es según el Artista: "EL HOMENAJE DEL PUEBLO DE BOYACÁ A LOS PRIMITIVOS POBLADORES. Es un homenaje a un pueblo vencido; por ello no lo concibió arrogante. La figura del hombre caído, cinco metros y medio, simboliza al gran AQUIMINZAQUE. La de la mujer de la misma talla, cinco metros con cincuenta, es el símbolo de la sangre aborigen que circula por nuestras venas americanas y que busca su destino". No dejan de tener interés dos Cristos en bronce trabajados por Sopó. El primero, de 1953, para la capilla de la ciudad universitaria, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, con las manos enormes muy abiertas. El segundo, de 1977, para la catedral de Zipaquirá, la de Fray Domingo de Petrez. Muchos otros trabajos públicos ha realizado el escultor, significativamente más de los aquí señalados. Puede decirse que es lamentable que el Artista no haya recibido más encargos para obras públicas de envergadura. Lo realizado muestra que el nombre de Miguel Sopó no puede colocarse al mismo nivel de todos aquellos que han continuado desvirtuando hasta nuestros días el concepto de lo que debe ser una escultura conmemorativa. |
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GERMÁN
ARCINIEGAS Como lo manifiesta en el catálogo editado con
motivo de la exposición personal en la ciudad de New York. USA1
. "Entre los más jóvenes escultores de Colombia, Miguel Sopó ocupa puesto en primera línea. Nació en Zipaquirá, una de esas viejas pequeñas ciudades de los Andes en que la colonia Española imprimió más vigorosamente el sello de su arquitectura, en casas enormes de anchos balcones de madera. Bajo esta apariencia hispana, Zipaquirá guarda tradiciones más antiguas. Hay allí una montaña de sal, explotada desde hace muchos siglos, por indios que viajaban por un vasto territorio que fue el campo abierto para el desarrollo de la civilización chibcha. Quienes llevaban sal a lugares remotos, volvían con verdes esmeraldas y estatuillas de oro. De esa manera Zipaquirá se hizo un centro comercial y sagrado. En ese mismo sitio, cuajo la primera revolución social del país. Treinta años antes de que Bolívar saliera a la escena, 30.000 indios se congregaron en los campos de Zipaqulrá para desafiar al gobierno Español. Todo esto lo tiene Miguel Sopó en el fondo de su obra. El saca de la entraña de la piedra sus figuras y de la entraña del pueblo sus personajes. Con igual maestría nace talla directa en piedra o en madera, o trabaja el barro para convertirlo en cerámica. En los Estados Unidos trabajó con Cari Milles, conquistando su aprecio. En Michigan, en la Cranbrook Academy Of Art, ganó el premio de escultura. En Syracuse, vence en la Xll exposición nacional de cerámica. Muchas de sus obras se encuentran hoy en colecciones famosas. Todo esto no es sino el reconocimiento natural para un Artista que ha sido sincero en su expresión, maestro en la técnica. Las figuras de indias melancólicas, de guerreros altivos, de rudos mineros con que el ha ganado celebridad, llegan ahora a Nueva York, como un extraño mensaje de la provincia de Cundinamarca en el corazón de Colombia". |
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ABELARDO
FORERO BENAVIDEZ Como lo manifiesta el tratadista: "Conozco a Miguel Sopó desde hace muchos años y he admirado en el la sencillez de su trato, la bondad de su carácter y la irrevocable fidelidad de su arte. Ha poblado su vida con figuras de madera, bronce, piedra, terracota. Constituyen su familia, labrada con sus manos, arrebatada de la piedra e incorporada a la vida. En el maravilloso libro de Reiner María Rilke sobre Agustín Rodin, uno de los grandes escultores de todos los tiempos, se escribe sobre la diversidad de las manos que hablan desde el mármol inconcluso: manos que marchan, que duermen, que se desvelan, manos criminales que se ocultan en un rincón cualquiera como bestias enfermas, que saben que nadie puede ayudarlas en su desamparo. Miguel Sopó ha realizado metódicos estudios y ha merecido los más codiciados premios, aquí y en el extranjero. Ha viajado por Estados Unidos y Europa, con el objeto de enriquecer sus ojos y darle destreza a sus manos. Ahora regresan en esta exposición los habitantes de la mente del escultor, sacados de la sombra y del silencio de la piedra, del bronce o de la tierra. Y es en Zipaquirá, donde transcurrió su infancia, donde se reúne la vastísima y vanada familia salida de sus manos. Yo siempre he aspirado a que en una de las erguidas Piedras de Tunja, en Facatativá, mi ciudad natal, nos salude desde el bronce el Cacique Nemequene, de cara al sol lanzando la última flecha. Sopó ha dibujado la silueta del valiente indígena que al pasar al bronce tendrá como zócalo o pedestal una roca desde la cual pueda desafiar a los alevosos conquistadores. Humillaron a esta tierra habitada por siglos por los Chibchas. Los hemos olvidado sin pensar que con ellos se inicia nuestra historia. Reivindicar esa silueta, ante el ojo del sol, es un deber nuestro que cumpliremos gracias a las forjas de Miguel Sopó. |
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JORGE
JARAMILLO "Esta selección de obras, que ¡lustran de manera fehaciente la variedad de temas y técnicas que el maestro domina ampliamente, es la confirmación de la observación que Walter Engel hiciera al comentar en 1944: "sus obras traducen tres cualidades que le predestinan para una feliz carrera: tenacidad, audacia y marcado sentir plástico" Corroboramos, entonces, el oficio detallado y
el vigoroso mensaje de amor a su tierra que nos transmite su
obra". |
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MANUEL ZAPATA
OLIVELLA En la publicación que habitualmente hacía sobre arte, el autor manifiesta: "MIGUEL Sopó O LA LUCHA CONTRA LA PIEDRA" "El dominio de la piedra ha sido siempre propio de los pueblos fuertes. Egipcios, Mayas, Griegos, para citar algunos ejemplos. Por otros aspectos se considera la utilización de la piedra como propia de grandes civilizaciones y de civilizaciones primitivas, pero no es justo en cuanto al espíritu. La utilización del hierro y el bronce puede señalar un grado de mayor técnica, pero no de desarrollo espiritual. Solo los pueblos que han alcanzado una sólida y profunda cultura, han demostrado un dominio absoluto sobre la piedra. La lucha del hombre contra lo estoico para engendrarle vida; de transformar la dura inercia por el movimiento y el arabesco; de convertir la cueva en plácida arquitectura de, de sombras es sin duda alguna el mayor éxito que la tenacidad y el espíritu pueda lograr sobre la piedra. Y lo que sucede con los pueblos también acontece con el individuo. La escultura es un arte superior. Además de la lucha por la concepción estética, implica la lucha física del hombre con la piedra. Tarea de titanes, rudos, violentos e infatigables. La búsqueda del material sumergido en el corazón de la tierra; su extracción en las obscuras y cálidas canteras, donde el hombre debe dejar su tributo de sangre y dolor. El fatigante transporte a lomo de hombre, bestia o a máquina. Y, a partir de ahí, se abre el camino para la batalla apoteósica del escultor con el material para fecundar su obra. Sin más instrumentos que el cincel y el martillo, el hombre más convertido en espíritu que en fuerza, debe realizar la idea. Duro el sílex, quebradizo y frío, fuerte el espíritu, delicado y vivo. Es una lucha de fuerzas disparejas, en que unas veces es necesario dejar el triunfo al mineral y otras al espíritu. Constante equilibrio y desequilibrio de formas y de fuerzas. Terquedad y cansancio; solidez y suave amortiguamiento de golpes; camino oscuro de la idea sobre el lomo cuajado de la piedra, hasta que al fin, tras largos meses y años de endemoniado pugilato, surge la obra con los rasgos delicados, toda ella llena de líneas y contornos suaves, ignorando por completo la dura batalla en que fue forjada. Nosotros conocimos esta lucha tremenda hace muchos años. Entonces Miguel Sopó era un alumno de bellas artes de Bogotá. Era un muchacho callado, vivo de movimiento como todo provinciano que lleva a flor de piel las cicatrices que el campo tatúa en el labriego. Miguel Sopó no venía de muy lejos. Era fácil adivinar en su rostro al indio indomado. Y como todo su pasado indígena, venía oloroso a tierra, a paisaje. Sus ojos pequeños, con un raro azul, testimoniaban el paso del blanco por sus venas y siempre observaban con una mezcla de curiosidad y reserva. En la escuela no se le veía en los corredores donde se trenza la charla después de las clases; nunca compartió el jolgorio de las fiestas estudiantiles, era todo calor y vitalidad. Era inútil buscarlo en la tertulia de café. Miguel Sopó era un oscuro habitante de los rincones. Su presencia la testimoniaba el monótono tic tic del cincel y del martillo. A solas de espaldas al bullicio, el joven escultor empapado en barro y sudor, esculpía sobre la piedra el paso del tiempo y de la vida. Allí lo sorprendían los alumnos, mucho antes de que se iniciaran las clases, y allí lo interrumpía el portero, cuando llegaba el momento de cerrar la escuela en altas horas de la noche. Pero la labor del terco descendiente de mineros zipaquireños no comenzaba ni terminaba en la escuela. Su estrecho cuarto de estudiante se había convertido en taller de escultura. Había tenido que abandonar los trabajos en piedra pues sus vecinos en una reunión general habían protestado contra el cincel y el martillo que no dejaban dormir. Entonces Miguel Sopó decidió enfrentarse a la madera. El buril comenzó a socavar la blanca pulpa y así, en altas horas de la noche, todo el mundo podía dormir en paz mientras el demonio creador del estudiante proseguía su hazaña. Solíamos hacer gimnasia muy de madrugada con Miguel, pero nunca en las tantas veces que fui a buscarlo logré encontrarlo en la cama. Vestido con el traje para ejercicios, los zapatos tenis y el suéter de lana, siempre lo halle al pie de sus tallas de madera, listo al deporte y presto a regresar a la escuela para enfrentarse a la piedra. LA PATRIA DISTANTE Nunca pensamos que el silencioso estudiante de
Zipaquirá, tímido y provinciano, se nos atravesara en mitad del
camino en Nueva York. Pero así fue. Miguel Sopó había llegado a
estudiar a la academia de arte Cranbrook. Este había sido el
premio de sus desvelos y triunfos en Colombia. Fue muy breve
nuestro encuentro, pues el escultor colombiano, como siempre, no
tenía mucho tiempo que perder. Lo esperaba la piedra. Toda su
vida ha sido una perenne cita con la piedra. Muy pronto demostró
su clase. Este estudiante no llegaba con afanes de aprender
inglés, bailar Swing o asistir al cinematógrafo. Su fiebre
creadora de trabajador infatigable llamó pronto la atención de
sus maestros. El gran escultor sueco Cari Milles se quedó
perplejo ante su capacidad de trabajo y la vitalidad de las
obras que brotaban de su cincel incansable. Debió sentirse
frente a un revivido escultor agustiniano. No podía decirse, al
contemplar sus esculturas, que impresionado. Allí LA OBRA DE MIGUEL SOPÓ Miguel Sopó ha esculpido mucho en todo su vida. Más de las tres cuartas partes de su vida se lo ha pasado en eso, pero su afán por esculpir parece que no tuviera límite. Si no, pensemos en su delirio de construir un gigantesco Bochica, con un pie en Monserrate y otro en Guadalupe, a través de cuyas piernas transite un autoferro que tenga en el vientre de este descomunal dios Chibcha una estación restaurante y un mirador para instalar un telescopio para diversión de los turistas. Puede que este sueño de Miguel Sopó no se realice nunca, o que tal vez, en otras futuras épocas, nuestra escultura realice este gigantesco monumento, como en otros tiempos se construyó el Coloso de Rodas, pero lo cierto es que este proyecto da la medida exacta de las ambiciones de este infatigable escultor. Muchas son las obras que pueden apreciarse en Bogotá del escultor Zipaquireño. La figura semiabstracta construida en ferro-concreto que representa a una mujer danzante y que decora el ámbito principal del Teatro la Media Torta. En la capilla de la ciudad universitaria, se levanta su famoso Cristo de cuatro metros de altura realizado en bronce. En sus estudios puede admirarse su escultura en caoba africana de más de dos metros de alta y que simboliza un minero. Puede observarse muchos dibujos de gran tamaño, proyectos de esculturas y algunas pinturas de delicado color. En los modernos edificios del Hospital de San Juan de Dios se encuentra una gigantesca figura de mujer con un niño, que tiene la virtud de ser la primera obra escultórica que se realiza en mármol de Colombia" |
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GERMÁN FERRER
BARRERA Este critico de arte manifiesta: "Creo que para Miguel Sopó el verdadero desafío es, sin duda, el salir al encuentro de las oposiciones de sombra y luz, de densidad y vacío, de ángulos y redondeces, de perfiles y molduras, de manera que, al avanzar con el cincel o la espátula sobre el bloque, le lleve a fijar contornos de la obra. Con este procedimiento Miguel Sopó va tomando posesión del volumen que es, sin duda, la proposición definitiva de todo escultor".
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CHRISTIAN PADILLA
Memorias del arte escultórico colombiano
http://historico.unperiodico.unal.edu.co/ediciones/110/22.html . José Luis Barragán Duarte, En los años 20 del siglo anterior en México, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, entre otros más, ilustraron la cruda realidad de la gente del común. Simultáneamente, en Colombia, un grupo de Artistas plásticos, con propósitos similares, le dio un giro a las costumbres artísticas de la época al dejar de retratar hechos de la burguesía para dedicarse a contar las historias de vida del campesino, del orfebre y del trabajador. Tiempo después, mientras los Artistas Rivera, Alfaro Siqueiros y Orozco marcaron la historia cultural de México, trascendieron fronteras y se convirtieron en iconos mundiales de esta forma de hacer arte, el grupo de Artistas colombianos, aunque tuvo algún instante de apogeo y reconocimiento, por cuenta de la crítica se vio relegado al olvido y a minúsculas y casi telegráficas referencias en los libros de historia del arte plástico en el país. Los mexicanos crearon el estilo característico de su ser nacionalista: el muralismo, mientras los colombianos incursionaron con éxito en géneros como la escultura y le dieron forma a una generación que podría calificarse como la de los nacionalistas, que, sin embargo, no cobró vida. Por lo anterior, hoy, gracias a la minuciosa investigación realizada por un Artista plástico de la Universidad Nacional de Colombia, se podrá conocer buena parte de las obras de un grupo de hombres y de mujeres, nacidos la mayoría en la zona andina y en los Santanderes, que dejaron un amplio legado artístico que solo conocían sus familiares. Esta labor de recuperación de la memoria artística, que en principio le sirvió de trabajo de grado a Christian Javier Padilla Peñuela, le permitió luego ganar el V Premio Nacional de Ensayo Histórico, Teórico o Crítico sobre el campo del Arte Colombiano, en la modalidad de Ensayos de autor, con un trabajo titulado: La llamada de la tierra: el Nacionalismo en la escultura colombiana. El jurado, integrado por los maestros Santiago Rueda Fajardo, Andrés Gaitán Tobar y María Clara Bernal Bermúdez, lo distinguió porque “es un texto histórico muy bien escrito, de donde se destaca, en el plano de lo formal, el juicio y la rigurosidad en la escritura; en lo conceptual, la profundidad y capacidad de análisis sobre el nacimiento y recorrido de la escultura moderna en Colombia”. Los nacionalistas Los Artistas plásticos a los que Padilla Peñuela quiso redescubrir fueron Rómulo Rozo, Luis Alberto Acuña, Ramón Barba, Hena Rodríguez, Josefina Albarracín, José Domingo Rodríguez, Julio Abril, Miguel Sopó y José Horacio Betancur, todos fallecidos, salvo Sopó. El investigador bogotano, de 23 años, escogió la temática y el período de su investigación por la censura aplicada a estos Artistas en el momento de señalar si eran o no parte de la primera generación de modernistas del país. “La polémica acaba cuando Marta Traba simplemente pone a un grupo de Artistas y los señala como modernos: Fernando Botero, Alejandro Obregón, Enrique Grau, Eduardo Ramírez Villamizar, así se sella la discusión”, explicó el Artista plástico Christian Javier Padilla Peñuela. De acuerdo con el investigador, esta decisión de la crítica fue contraria a los hechos, porque los Artistas estudiados “venían con unas propuestas de vanguardia antes que los nuevos”. Además, “fueron los primeros en combatir el academicismo, romper con la noción del arte decimonónico y neoclásico, y proponer posturas estéticas novedosas”, sostuvo Padilla. Ellos fueron más allá de lo que Padilla Peñuela califica como la estética “relamida” de los bodegones bonitos e incursionaron en “la trasgresión de imágenes” de la idiosincrasia nacional. “En el caso de Luis Alberto Acuña, y otros, lo que hicieron fue exaltar la calidad de lo mestizo. Su estética consistió en agrandar el cuerpo y si se trata de un indígena mostrarlo bonachón, robusto, rígido y monumental. Lo está exaltando y no por ser indígena es un desprestigio”, explicó el investigador. Otro factor común de estos Artistas, según Padilla Peñuela, fue el trato de lo social como determinante de la orientación de las obras, que fueron usadas como punto de reflexión sobre los hechos que acontecían en la Colombia de la época y en el resto de América Latina. Afirmó que el término nacionalismo es el correcto para referirse al grupo de Artistas plásticos que estudió y no otros como la Generación de los Bachué que fue un movimiento básicamente literario o los Nuevos porque en él participaron intelectuales y no Artistas. “Es mejor que los coloquemos a partir del término nacionalistas porque los describe plenamente y porque cumplen con los postulados que propongo, que son los de un arte nuevo: propio en inquietudes conceptuales y apropiado de características vanguardistas”, aseguró Padilla. Generación de escultores El estudio realizado por Padilla Peñuela es una profundización del trabajo realizado por otros historiadores, como Álvaro Medina y Germán Rubiano, cuyas investigaciones han sido un referente para las nuevas generaciones. El Artista plástico afirma que uno de los principales hallazgos de la investigación es que hubo escultura en esa época y, por ende, surgió el primer grupo de escultores en Colombia, el cual debió sobreponerse a un ambiente en el que primaba la pintura como el género más reconocido y en donde los recursos y el apoyo eran casi nulos. El estudio pudo establecer que estos escultores trabajaron en condiciones precarias, al no existir en el país, por ejemplo, talleres donde se empleara la técnica de vaciado y de fundición en metales. También cuenta Padilla Peñuela que ellos produjeron su obra en medio de la indiferencia estatal que obligó a muchos otros a emigrar. “Hubo casos muy aislados, como el de Marco Tobón Mejía, que para poder surgir tuvo que irse a vivir a Francia y nunca más volvió a Colombia. Otros, como Francisco Antonio Cano, hicieron una reducida producción escultórica”. Se trata de un trabajo que Padilla hizo posible consultando los medios escritos y las revistas especializadas de la época, así como entrevistando a los familiares de estos personajes. El único con el que pudo conversar fue Miguel Sopó. Christian Javier Padilla centró su interés particular en el moniquireño Julio Abril, cuya mención es efímera en los libros de historia, y quien, según la crítica de la época, fue señalado como “el escultor más importante de Colombia y más que Edgar Negret en su momento”. Agregó, incluso, que en la Revista de América, de 1948, Diego Rivera expresó su admiración por la obra de Abril. Padilla también destacó el trabajo de José Horacio Betancur, quien siendo un autodidacta dejó un legado sobre la escultura monumental, con obras como La Bachué, expuesta en el centro de Medellín; El Cacique Nutibara, situado en el Cerro Nutibara y La Madremonte, en el Jardín Botánico de la capital antioqueña. Un trabajo que deja al descubierto una de las piezas del rompecabezas histórico del arte plástico colombiano. |
CHRISTIAN PADILLA http://www.banrepcultural.org/correos/biblioteca/2013/0401_casa_gomez_campuzano.html
En el 2008 expone en el Museo Nacional de
Colombia: "Toda talla directa - Obras de Miguel
Sopó" sus obras Comentario: "TODA TALLA https://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:0h7P_OUfuaYJ:https://issuu.com
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